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La Palabra de Dios preservada y viva

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MATEO 8 Paralela rv60
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Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)


1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.

2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.

4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.

5 Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole,

6 y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.

7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.

8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra, y mi criado sanará.

9 Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.

10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

11 Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos;

12 mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.

13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.

14 Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre.

15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.

16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos;

17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.

18 Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado.

19 Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.

20 Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.

21 Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.

22 Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.

23 Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron.

24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.

25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

26 El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.

27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

28 Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.

29 Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?

30 Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos.

31 Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos.

32 El les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.

33 Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados.

34 Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.

  X


1 Después que él hubo bajado de la montaña, grandes muchedumbres le siguieron.

2 Y, ¡mire!, un leproso se acercó y se puso a rendirle homenaje, diciendo: “Señor, si tan solo quieres, puedes limpiarme”.

3 De modo que, extendiendo la mano, le tocó, diciendo: “Quiero. Sé limpio”. E inmediatamente quedó limpio de la lepra.

4 Entonces Jesús le dijo: “Mira que no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece la dádiva que Moisés prescribió, para que les sirva de testimonio”.

5 Cuando entró en Capernaum, se le acercó un oficial del ejército, y le suplicó,

6 diciendo: “Señor, mi criado está postrado en casa debido a parálisis, terriblemente atormentado”.

7 Él le dijo: “Cuando llegue allá lo curaré”.

8 Respondiendo, el oficial del ejército dijo: “Señor, no soy hombre digno de que entres debajo de mi techo, pero di tú una sola palabra y mi criado será sanado.

9 Porque yo también soy hombre puesto bajo autoridad, que tengo soldados bajo mí, y a este digo: ‘¡Vete!’, y se va, y a otro: ‘¡Ven!’, y viene, y a mi esclavo: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.

10 Al oír aquello, Jesús se asombró, y dijo a los que le seguían: “Les digo la verdad: No he hallado en Israel a nadie con tan grande fe.

11 Pero les digo que muchos vendrán de las partes orientales y de las partes occidentales y se reclinarán a la mesa con Abrahán e Isaac y Jacob en el reino de los cielos;

12 entre tanto que los hijos del reino serán echados a la oscuridad de afuera. Allí es donde será [su] llanto y el crujir de [sus] dientes”.

13 Entonces Jesús dijo al oficial del ejército: “Ve. Tal como ha sido tu fe, así suceda contigo”. Y el criado fue sanado en aquella hora.

14 Y Jesús, al entrar en la casa de Pedro, vio a la suegra de este acostada y enferma con fiebre.

15 Por consiguiente, le tocó la mano, y la fiebre la dejó, y ella se levantó y se puso a ministrarle.

16 Pero, al anochecer, la gente le trajo muchos endemoniados; y con una palabra él expulsó a los espíritus, y curó a todos los que se sentían mal;

17 para que se cumpliera lo que se había hablado mediante Isaías el profeta, que dijo: “Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”.

18 Viendo Jesús una muchedumbre a su alrededor, mandó partir hacia la otra ribera.

19 Y cierto escriba se acercó y le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que estés para ir”.

20 Pero Jesús le dijo: “Las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen donde posarse, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”.

21 Entonces otro de los discípulos le dijo: “Señor, permíteme primero ir y enterrar a mi padre”.

22 Jesús le dijo: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”.

23 Y cuando hubo subido en una barca, le siguieron sus discípulos.

24 Ahora bien, ¡mire!, se levantó una gran agitación en el mar, de modo que las olas cubrían la barca; él, sin embargo, dormía.

25 Y ellos vinieron y lo despertaron, diciendo: “¡Señor, sálvanos, estamos a punto de perecer!”.

26 Pero él les dijo: “¿Por qué se acobardan, hombres de poca fe?”. Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y el mar, y sobrevino una gran calma.

27 Por consiguiente, los hombres se asombraron, y dijeron: “¿Qué clase de persona es esta, que hasta los vientos y el mar le obedecen?”.

28 Cuando llegó al otro lado, al país de los gadarenos, lo encontraron dos hombres —poseídos de demonios— que salían de entre las tumbas conmemorativas, feroces en extremo, de modo que nadie tenía ánimo para pasar por aquel camino.

29 Y, ¡mire!, gritaron, diciendo: “¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Viniste aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado?”.

30 Pero muy lejos de ellos había una piara de muchos cerdos paciendo.

31 De modo que los demonios le suplicaban, diciendo: “Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos”.

32 Por consiguiente, les dijo: “¡Vayan!”. Ellos salieron y se fueron a los cerdos; y, ¡mire!, toda la piara se precipitó por el despeñadero al mar, y murió en las aguas.

33 Pero los porquerizos huyeron y, yéndose a la ciudad, informaron todo, incluso el asunto de los hombres poseídos de demonios.

34 Y, ¡mire!, toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y, habiéndolo visto, le instaron con ahínco a que se saliera de sus distritos.