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La Palabra de Dios preservada y viva

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1 El rey y Amán fueron al banquete de la reina Ester,

2 y al segundo día, mientras brindaban, el rey le preguntó otra vez: —Dime qué deseas, reina Ester, y te lo concederé. ¿Cuál es tu petición? ¡Aun cuando fuera la mitad del reino, te lo concedería!

3 Ester respondió: —Si me he ganado el favor de Su Majestad, y si le parece bien, mi deseo es que me conceda la vida. Mi petición es que se compadezca de mi pueblo.

4 Porque a mí y a mi pueblo se nos ha vendido para exterminio, muerte y aniquilación. Si solo se nos hubiera vendido como esclavos, yo me habría quedado callada, pues tal angustia no sería motivo suficiente para inquietar a Su Majestad.

5 El rey le preguntó: —¿Y quién es ese que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está?

6 —¡El adversario y enemigo es este miserable de Amán! —respondió Ester. Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina.

7 El rey se levantó enfurecido, dejó de beber y salió al jardín del palacio. Pero Amán, dándose cuenta de que el rey ya había decidido su fin, se quedó para implorarle a la reina Ester que le perdonara la vida.

8 Cuando el rey volvió del jardín del palacio a la sala del banquete, Amán estaba inclinado sobre el diván donde Ester estaba recostada. Al ver esto, el rey exclamó: —¡Y todavía se atreve este a violar a la reina en mi presencia y en mi casa!

9 Y Jarboná, uno de los eunucos que atendían al rey, dijo: —Hay una estaca de veinticinco metros de altura, junto a la casa de Amán. Él mandó colocarla para Mardoqueo, el que intervino en favor del rey.

10 De modo que colgaron a Amán en la estaca que él había mandado levantar para Mardoqueo. Con eso se aplacó la furia del rey.



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