1 ¡Ay de ti, destructor, que no has sido destruido! ¡Ay de ti, traidor, que no has sido traicionado!
2 Señor, ten compasión de nosotros; pues en ti esperamos.
3 Al estruendo de tu voz, huyen los pueblos; cuando te levantas, se dispersan las naciones.
4 Los despojos de ustedes se recogen como si fueran devorados por orugas;
5 Exaltado es el Señor porque mora en las alturas, y llena a Sión de justicia y rectitud.
6 Él será la seguridad de tus tiempos, te dará en abundancia salvación, sabiduría y conocimiento;
7 ¡Miren cómo gritan sus valientes en las calles! ¡amargamente lloran los mensajeros de paz!
8 Los caminos están desolados, nadie transita por los senderos.
9 La tierra está de luto y languidece; el Líbano se avergüenza y se marchita;
10 «Ahora me levantaré —dice el Señor—. Ahora seré exaltado,
11 Ustedes conciben cizaña y dan a luz paja;
12 Los pueblos serán calcinados, como espinos cortados arderán en el fuego».
13 Ustedes, que están lejos, oigan lo que he hecho;
14 Los pecadores están aterrados en Sión; el temblor atrapa a los impíos:
15 Solo el que procede con justicia y habla con rectitud,
16 Ese tal morará en las alturas; tendrá como refugio una fortaleza de rocas,
17 Tus ojos verán al rey en su esplendor y contemplarán una tierra que se extiende hasta muy lejos.
18 Dentro de ti meditarás acerca del terror, y dirás: «¿Dónde está el contador?
19 No verás más a ese pueblo insolente, a ese pueblo de idioma confuso,
20 Mira a Sión, la ciudad de nuestras fiestas; tus ojos verán a Jerusalén,
21 Allí el Señor nos mostrará su poder. Será como un lugar de anchos ríos y canales.
22 Porque el Señor es nuestro guía; el Señor es nuestro gobernante.
23 Tus cuerdas se han aflojado: No sostienen el mástil con firmeza
24 Ningún habitante dirá: «Estoy enfermo»; y se perdonará la iniquidad del pueblo que allí habita.