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La Palabra de Dios preservada y viva

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1 ¡Ay de ti, destructor, que no has sido destruido! ¡Ay de ti, traidor, que no has sido traicionado!

2 Señor, ten compasión de nosotros; pues en ti esperamos.

3 Al estruendo de tu voz, huyen los pueblos; cuando te levantas, se dispersan las naciones.

4 Los despojos de ustedes se recogen como si fueran devorados por orugas;

5 Exaltado es el Señor porque mora en las alturas, y llena a Sión de justicia y rectitud.

6 Él será la seguridad de tus tiempos, te dará en abundancia salvación, sabiduría y conocimiento;

7 ¡Miren cómo gritan sus valientes en las calles! ¡amargamente lloran los mensajeros de paz!

8 Los caminos están desolados, nadie transita por los senderos.

9 La tierra está de luto y languidece; el Líbano se avergüenza y se marchita;

10 «Ahora me levantaré —dice el Señor—. Ahora seré exaltado,

11 Ustedes conciben cizaña y dan a luz paja;

12 Los pueblos serán calcinados, como espinos cortados arderán en el fuego».

13 Ustedes, que están lejos, oigan lo que he hecho;

14 Los pecadores están aterrados en Sión; el temblor atrapa a los impíos:

15 Solo el que procede con justicia y habla con rectitud,

16 Ese tal morará en las alturas; tendrá como refugio una fortaleza de rocas,

17 Tus ojos verán al rey en su esplendor y contemplarán una tierra que se extiende hasta muy lejos.

18 Dentro de ti meditarás acerca del terror, y dirás: «¿Dónde está el contador?

19 No verás más a ese pueblo insolente, a ese pueblo de idioma confuso,

20 Mira a Sión, la ciudad de nuestras fiestas; tus ojos verán a Jerusalén,

21 Allí el Señor nos mostrará su poder. Será como un lugar de anchos ríos y canales.

22 Porque el Señor es nuestro guía; el Señor es nuestro gobernante.

23 Tus cuerdas se han aflojado: No sostienen el mástil con firmeza

24 Ningún habitante dirá: «Estoy enfermo»; y se perdonará la iniquidad del pueblo que allí habita.



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