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La Palabra de Dios preservada y viva

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1 Oigan esto, pueblos todos; escuchen, habitantes todos del mundo,

2 tanto débiles como poderosos, lo mismo los ricos que los pobres.

3 Mi boca hablará con sabiduría; mi corazón se expresará con inteligencia.

4 Inclinaré mi oído a los proverbios; propondré mi enigma al son del arpa.

5 ¿Por qué he de temer en tiempos de desgracia, cuando me rodeen inicuos detractores?

6 ¿Temeré a los que confían en sus riquezas y se jactan de sus muchas posesiones?

7 Nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a Dios rescate por la vida.

8 Tal rescate es muy costoso; ningún pago es suficiente.

9 Nadie vive para siempre sin llegar a ver la fosa.

10 Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual,

11 Aunque tuvieron tierras a su nombre, sus tumbas serán su hogar eterno,

12 A pesar de sus riquezas, no perduran los mortales; al igual que las bestias, perecen.

13 Tal es el destino de los que confían en sí mismos; el final de los que se envanecen. Selah

14 Como ovejas, están destinados al sepulcro; hacia allá los conduce la muerte.

15 Pero Dios me rescatará de las garras del sepulcro y con él me llevará. Selah

16 No te asombre ver que alguien se enriquezca y aumente el esplendor de su casa,

17 porque al morir no se llevará nada, ni con él descenderá su esplendor.

18 Aunque en vida se considere dichoso, y la gente lo elogie por sus logros,

19 irá a reunirse con sus ancestros, sin que vuelva jamás a ver la luz.

20 A pesar de sus riquezas, no perduran los mortales; al igual que las bestias, perecen.



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