1 ¡Ojalá rasgaras los cielos, y descendieras! ¡Las montañas temblarían ante ti,
2 como cuando el fuego enciende la leña y hace que hierva el agua!
3 Hiciste portentos inesperados cuando descendiste; ante tu presencia temblaron las montañas.
4 Fuera de ti, desde tiempos antiguos nadie ha escuchado ni percibido,
5 Sales al encuentro de los que, alegres, practican la justicia y recuerdan tus caminos.
6 Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia
7 Nadie invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti.
8 A pesar de todo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero.
9 No te enojes demasiado, Señor; no te acuerdes siempre de nuestras iniquidades.
10 Tus ciudades santas han quedado devastadas, y hasta Sión se ha vuelto un desierto;
11 Nuestro santo y glorioso templo, donde te alababan nuestros padres,
12 Ante todo esto, Señor, ¿no vas a hacer nada? ¿Vas a guardar silencio y afligirnos sin medida?